martes, 8 de marzo de 2011

Epílogo - El Fin Para El Principio.


Epílogo: El Fin Para El Principio.

Al día siguiente, Tinken y yo partimos hacia la cueva donde él había encontrado la esfera. El Tiempo no sabía si funcionaría como las otras veces, pero íbamos a intentar darle años. Todos los necesarios.
No hablábamos ni nos mirábamos. El rostro de Ainka, mirando a Tinken desesperada, estaba grabado en mi memoria. Pero para mi sorpresa, ella también me había mirado a mí. No sólo le importaba él, le importábamos los dos. Lógicamente, el chico le producía más dolor, pero aún así sentía pena por mí. El alma de aquella chica era tan hermosa como su exterior.
Llegamos a la montaña, y la subimos. Desde arriba, Tinken observaba el valle. Su hogar. Yo sabía que quería llorar, pero no quería mostrar esa debilidad ante mí. Llegamos a la cueva, y Tinken me indicó que me apartara. Después tocó una esfera gris que reposaba en un altar de piedra, y cerró los ojos.
La cueva se iluminó, y yo, asombrada, retrocedí aún más. El cuerpo de Tinken desprendía un brillo azulado, que bajaba por su brazo, y desembocaba en la esfera, también iluminada. Finalmente, Tinken cayó al suelo, y el brillo tan sólo quedó en el objeto, que flotaba sobre el altar.
-¡Tinken! –grité.
-Tranquila, sólo he devuelto el Tiempo al cuerpo en el que le encontré –explicó levantándose-. Ahora nos dará instrucciones y... lo intentaremos.
-¡Oh! Vale... –asentí, y sin poder evitarlo corrí hacia él y le abracé. Me refugié en su pecho, como si aquel lugar fuera el más seguro del mundo.
Él me abrazó también, y tras separarme suavemente pero con contundencia, me dio la mano y miró hacia el Tiempo.
-Tinken, Victoria, ha llegado el momento de intentarlo. Debéis acercaros y tocar la esfera. Yo absorberé vuestra esencia y entraréis en una especie de trance. Vuestros cuerpos estarán aquí, pero vosotros estaréis dentro de la esfera, conmigo. Allí, sabréis lo qué tenéis que hacer y decidiréis si queréis hacerlo. Adelante –la voz resonó en la caverna, produciendo ecos, y nosotros miramos hacia la luz del exterior, que posiblemente no volveríamos a ver.
Nos aproximamos a ella, y lanzándonos una última mirada, tocamos el objeto al mismo tiempo.
Una sensación de succión recorrió mi cuerpo entero, hacia el brazo con el que había tocado la esfera. Mi visión se nubló, los sonidos de los pájaros cantando comenzaron a desaparecer, dejé de sentir la brisa de la boca de la cueva... al final todo se volvió negro y silencioso, hasta que sentí que un remolino me absorbía, un remolino azul, y me dejé llevar por él. Aparecí en un lugar sin paredes ni techo... ni nada. No había límites. Tan sólo una forma incorpórea, similar a una aurora boreal de color azul. Me di cuenta de que yo era una simple línea ondulada de color blanco, y a mi lado, había una un poco más grande. Supuse que era Tinken, y que la aurora boreal era Tiempo.
-Hola a los dos. Ya estáis dentro de la esfera. Vuestros cuerpos son tan pequeños porque habéis vivido muy poco. Mi cuerpo es así de grande porque existo desde el principio de todo. Tinken, a ti te quedan sesenta años de vida, Victoria, a ti te quedan ochenta y dos. Según mis cálculos necesito ciento diez años para curarme.
Asustada, me di cuenta de que si repartíamos, me quedarían tan sólo veintisiete años, y a Tinken cinco. Sólo cinco años.

Y en este mismo instante, me encuentro asimilando, recordando, decidiendo...
Recuerdo mi vida, con sueños, con metas... pero con tropiezos y desamores. Recuerdo mi decisión de luchar, de seguir adelante y de llegar a ser alguien. Recuerdo a mi familia y a mis amigos, los recuerdo a todos.
Recuerdo la mirada de Ainka. Recuerdo la aldea de Tinken. Recuerdo las palabras del sabio. Nosotros teníamos que decidir...
Puedo decidir quitarme cincuenta y cinco años, y que me queden veintisiete para vivir. Es poco tiempo para una vida entera. Pero lo suficiente para saborearla y lograr algo. Pero en ese caso a Tinken sólo le quedarían cinco. Y yo no le puedo hacer esto, ni a él ni a Ainka. Estoy pensando que podríamos repartir, de manera que a ambos nos quede el mismo tiempo, dieciséis años. Pero aún así, pienso en un posible hijo que Tinken y Ainka querrían engendrar. Se quedaría sin padre muy pronto. Ambos moriríamos muy pronto. En mi mente se definen dos opciones:
1ª-Le doy toda mi vida, y de esta manera a él le quedarían treinta y dos.
2ª-Repartimos como creamos conveniente.
Quiero usar la segunda opción, pero no soy capaz. Decido intentar hablar, quiero preguntarle algo al Tiempo.
-Tiempo –lo pienso con intensidad y mi voz se oye-. ¿No hay ninguna manera de entregar más años de los que te quedan de vida?
-Bueno... sí, sí la hay. Puedes entregar los años que has vivido. Pero nadie te recordará, sería como si tú nunca hubieras nacido. Esos años se multiplican por dos, pues al haberlos vivido, los dotas de características especiales que aumentan el tiempo que significan. Es complicado para una mente humana.
-Tiempo... ¿Hay algo después de la muerte? –si tomo la decisión de dar toda mi vida, Tinken no verá su tiempo reducido en absoluto. Ni sufrirá por mí, porque no me recordará. No habré existido.
-Eso es algo que desconozco, pero lo dudo. Mi vida es una semirrecta. Tiene principio, pero no tiene fin. Sin embargo, esta alteración o enfermedad podría convertirla en un segmento. Las vidas de los humanos son segmentos. Tienen un principio y un final definidos. Estáis vivos porque tenéis tiempo. Si ese tiempo se agota, dejáis de existir. Yo soy la que os da un tiempo para que viváis. Si yo desaparezco, todos los segmentos que he creado desaparecerán también.
-Victoria, no quiero saber en qué estás pensando, pero vete quitándotelo de la cabeza. Repartiremos el tiempo. ¿Vale?
-No. En esto no sólo entras tú. Entráis tú y Ainka. No sé por qué voy a hacer esto, no me lo preguntes, porque yo no quiero hacerlo. Tengo miedo.
Y pienso. ¿Qué me queda? Tengo sueños, sí, tengo ambiciones, ideas... Amo a la vida, y quiero vivirla. Pero antes o después, se apagará. Si repartiésemos los años de la única manera que pienso hacerlo, me quedarían tan sólo dieciséis. No son suficientes para nada. Para nada de lo que quiero. Sí, es posible que me diera tiempo a conseguir mis sueños, y a tener hijos. Pero los dejaría huérfanos demasiado pronto, y haría sufrir a personas que no se lo merecen. No. Si le entregase mi vida entera, y dejara vivo mi recuerdo, algunas personas sufrirían por mí. Puedo dar mi vida, y borrar mi existencia. Nadie sufrirá. Nadie saldrá perjudicado. Tinken vivirá toda su vida, y mi familia también. Todos.
-He tomado una decisión.
Si fuera humana, lloraría. Lloraría de angustia, de miedo... pero prefiero no pensar, porque me voy a echar atrás. Y eso es algo que no quiero hacer. He reflexionado con frialdad, y sé cuál es la mejor opción.
-Por favor Victoria, no lo hagas.
-No vas a sufrir Tinken, ni siquiera me recordarás. Vivirás toda tu vida, como si esto nunca hubiera ocurrido, y serás feliz junto a Ainka.
-Victoria, ¡no!
-Tiempo, quítame los ochenta y dos años que me quedan, y los catorce multiplicados por dos, que he vivido. Son en total ciento diez años. Lo que necesitas.
-¿Estás segura de tu decisión? Es algo irreversible.
-Sí, estoy segura –en cuanto pronuncio la última letra, me siento incapaz de hablar. Si respirara lo haría entrecortadamente, y mi corazón palpitaría a toda velocidad. Si tuviera ojos lloraría. Si tuviera boca gritaría... Pero no hago nada. Soy un segmento, que no muestra sus emociones. Quiero dejar de pensar ya. Quiero morir ya. Que todo se acabe.
-¡Victoria! ¡Victoria! ¡No! ¡No lo hagas por favor! ¡No lo hagas!
Tinken sigue llamándome. Pero lo único que hace es hacerlo más difícil. Quiero responderle que le quiero. Quiero decirle que le deseo lo mejor. También me gustaría decirle que no me olvide, pero eso es algo inevitable. No digo nada. No soy capaz.
-Muy bien, Victoria. Si has cambiado de opinión dímelo, o empezaré el proceso.
No hablo. No digo nada. Dejo que Tinken grite y suplique. Y escucho la voz del Tiempo. Es una cuenta atrás.
-Tres...
Quiero gritar que no lo haga.
-Dos...
Si tuviera corazón me habría dado un infarto hacía rato.
-Uno...
Reprimo con todas mis fuerzas el impulso de gritarle que pare, que no quiero hacerlo.
-Cero…
Comienza el proceso.
-¡No! ¡Tiempo, para! ¡No, lo hagas! ¡No tiene que ser así! Somos dos personas para repartir el tiempo que nos queda. ¡Para! –Tinken no parece dispuesto a aceptarlo.
-Ella ha tomado una decisión. He iniciado el proceso. Le quedan ochenta años de vida en este mismo instante.
-¡No estoy de acuerdo!
-Setenta y cinco...
Recuerdo mi nacimiento, mi familia, mis amigos, mis sueños... todo se va a acabar... va a desaparecer.
No siento nada. Pero quiero que acabe... que acabe... Pienso en aquel día en el que la niebla se movía. Allí empezó todo.
-Sesenta y cinco...
El caballo, el coche... Simples peones en aquella última aventura.
-Cincuenta y cinco...
Tinken, el valle, aquel lugar maravilloso... los unicornios y los dragones... Me habría gustado ver un dragón.
-Cuarenta y cinco...
Ainka, el estanque y su aroma. La paz que me invadió... y pensar que había sido ayer...
-Treinta y cinco...
El chico que me gustaba y mi mejor amiga sonriendo junto a él. Un problema lejano, sin importancia alguna para mí en este momento.
-Veinticinco...
-Tinken, quiero que sepas que te quiero, que tú y Ainka os merecéis lo mejor, y que os deseo una vida muy feliz –no sé cómo me ha podido salir la voz.
-Quince...
-Victoria... Victoria... ¿Por qué? Yo quiero que sepas que aunque no te recuerde, en mi corazón siempre habrá un sitio reservado para ti. No sé cómo decirte lo que pienso... no sé expresarlo... yo también te quiero. No puedo...
-Cinco...
-Gracias Tinken, gracias por todo. Se feliz, por mí –recuerdo todo de golpe y observo el filamento que es Tinken. Para mí es el fin. Para él, el principio…

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