martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo III - La Esfera.


Capítulo 3: La Esfera.
T
inken nunca había visto una ciudad. Ni siquiera sabía que existían. Vivía en un lugar remoto de nuestro planeta, donde la civilización no ha estado, ni debe estar. Pero no es sólo porque no lo hayamos descubierto, sino porque hay cosas que nos impiden verlo o entrar en él.
En aquel lugar, un inmenso valle en medio de montañas y bosques, vivían unos humanos de piel oscura y curtida. Casi todos tenían el pelo negro, largo, suelto y salvaje. Los hombres vestían algo similar a los pantalones, y llevaban siempre el torso descubierto. Los niños, en medio del pecho, tenían dibujado un círculo blanco, que señalaba que aún eran niños en periodo de aprendizaje. Los jóvenes, tenían diversas pinturas, que aclaraban para qué se estaban formando. Los que iban a ser sabios, tenían dibujado un rombo rojo sobre una línea negra, los guerreros, una línea blanca, sobre una espiral negra y roja, sobre la línea negra obligatoria. Finalmente, los mayores, a partir de los dieciocho, mostraban el mismo símbolo de los aprendices, exceptuando la raya negra.
Las mujeres siempre llevaban una falda hasta las rodillas y un top, y de la misma manera que los hombres, los símbolos grabados en el vientre.
Tinken portaba el símbolo de los aprendices de guerrero, pero prácticamente no le era necesario, pues su pronunciada musculatura hablaba por él. Tenía rasgos afilados, que contrastaban con su dulce sonrisa y sus rasgados ojos, cálidos y amables. Aquel día, cumplía los dieciséis años y, por lo tanto, debía subir a la montaña más alta del valle y capturar a un dragón, sin matarlo ni hacerle daño. Sí, habéis leído bien, un dragón de escama y hueso. En el valle, existían algunas criaturas como lo dragones o unicornios, a los que nosotros hemos atribuido diferentes leyendas, posiblemente porque salieron del valle en un descuido, y alguien les vio. Los guerreros no luchaban como nosotros pensamos que lo hace un guerrero indígena, luchaban para defender a las criaturas y evitar que nadie entrara en el valle o que ninguna de ellas saliera. Los sabios sabían que nosotros existimos, y que si encontráramos a alguno de aquellos seres, no descansaríamos hasta encontrar más, o en otras palabras, hasta encontrar el valle. Y los “hechizos” no son capaces de detener a toda la humanidad.
Tinken subió la montaña sin dificultad. Conocía bien los puntos débiles de los dragones o cómo atraparlos. Y aquello era algo que tendría que hacer si quería ser un guerrero. Capturar dragones que se acercaran demasiado a los límites del lugar. Buscó una cueva que desprendiera aquel ligero brillo, que les caracterizaba, y la encontró... pero... aquel resplandor no era naranja, era azul. ¿Un unicornio? No, los unicornios no suben a las montañas... ¿Entonces, qué podría ser?
Entró en la cueva vigilante. Tenía miedo, pero sabía que un auténtico guerrero no teme a nada, excepto al fin de la seguridad del valle. Al llegar a una parte profunda de la cueva, encontró una brillante esfera azul, que parpadeaba ligeramente. La observó extrañado. ¿Una esfera azul que brillaba tanto? ¿Por qué nadie la había visto nunca? Iba a salir de allí para avisar a los sabios, cuando la esfera gimió. Había pensado que podía ser una piedra... ¿pero las piedras gimen? Se acercó al objeto, con curiosidad, respeto y temor. Y entonces hizo algo de lo que se arrepentiría bastante luego; la tocó. La luz de la esfera reaccionó enroscándose en su brazo y subiendo por él, hasta cubrirle el cuerpo entero. Segundos después, mientras Tinken gritaba de dolor, la luz desapareció.
“Hola Tinken, soy Tiempo. Estoy enfermo y no sé por qué. Yo domino el tiempo del mundo entero, más allá de vuestro valle. Mi poder ha menguado, y no soy capaz de trabajar fuera del valle. Allí una niebla espesa lo cubre todo, y los humanos envejecen y rejuvenecen a mucha velocidad. Si yo desaparezco, el valle también tendrá este problema, y todos los humanos morirán tarde o temprano. Yo no puedo hacer nada, necesito la ayuda de dos humanos. El destino ha decidido que uno debe ser del exterior y otro de aquí. Tú has venido, y ahora eres el encargado de encontrar al otro humano y salvarme.”
La voz había hablado en su mente, suavemente y con claridad. Tinken se quedó quieto un momento y luego fue a buscar a los sabios. Ellos sabrían qué hacer.
Durante el trayecto, la voz no le dijo absolutamente nada. Tinken estaba preocupado. Aquello le daba muy mala espina. Cuando les contó los acontecimientos a los sabios, ellos se miraron preocupados mientras examinaban a Tinken. Y entonces, uno de ellos dijo:
-Tiempo, conocemos tus leyendas y tu historia. Dinos qué mal te corroe y haremos lo posible por arreglarlo, tal y como hicieron nuestros antepasados.
El chico iba a explicar que sólo él le oía, cuando sintió una extraña fuerza que provenía de su interior, como si intentara salirle por la boca, o de no ser posible, reventarle el pecho.
-Hola sabios. El mal que me acecha, es más peligroso que todo lo que me ha ocurrido a lo largo de mi infinita vida. Vosotros sabéis que ni siquiera yo conozco mis orígenes. Soy un alma que necesita un cuerpo para ordenar el tiempo. Pero en ocasiones pierdo poder, por una cosa o por otra. Eso es lo que me ocurre, pero no conozco la causa. Tan sólo sé que la única manera de arreglarlo es que dos jóvenes me ayuden. Uno de ellos es el muchacho que ha acudido a mi cueva y del cual estoy utilizando el cuerpo. El otro proviene del exterior. Está buscando el origen de lo que allí ocurre, porque mi enfermedad ya está influyendo en el mundo exterior. Los humanos crecen o rejuvenecen a gran velocidad. La humanidad del exterior desaparecerá si no me curo, y vosotros también. El humano al que buscáis, o mejor dicho, la humana, muestra en estos momentos la edad de una niña de once años. En realidad tiene catorce. Yo la encontraré con la ayuda del cuerpo de Tinken. Gracias por escucharme, sabios.
El silencio recorrió el lugar. Tinken sintió que la presencia de Tiempo se retiraba hacia su interior, y se quedó paralizado. Su mundo comenzó a caerse en pedazos a su alrededor. Tenía que salir del Valle. Tenía que dejar su aprendizaje. Tenía que salvar el mundo. Y para su desgracia, no sabía cómo.

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