martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo IV - El Encuentro.


Capítulo 4: El Encuentro.

A
parqué en el arcén. Estaba agotada. El paisaje no había cambiado; niebla, niebla, por detrás niebla, por encima niebla, por delante niebla, ¡sólo niebla! La angustia atenazaba mi corazón, que latía ahora en un cuerpo más pequeño que antes. Estaba menguando. Ya debía tener doce años como mucho. Acaricié el capó del vehículo y respiré hondo, llenando de humedad mis pulmones. Me quedaría un día y medio aproximadamente. Tenía miedo. El ambiente apestaba a fracaso, al final de mi vida y de aquella desastrosa aventura.
Y entonces oí un ruido entre unos arbustos cercanos que yo no veía. ¿Un animal o un humano?
-¿Hola? –dije con decisión. No tenía miedo de lo que fuera que me acechaba. ¿Qué más me podía pasar?
Nadie respondió. Decidí acercarme a los arbustos. Examiné sus jóvenes hojas, y me di cuenta de que no eran arbustos. No pude evitar soltar una risotada. Lo que antes eran grandes árboles que servían de separación entre la carretera y la acera, ahora eran unos pequeños arbustitos ridículos, que pronto quedarían reducidos a semillas.
Pero la idea de que alguien había pasado por allí, y no me había respondido, llenó mi mente.
-¡Hola! ¿Hay alguien por ahí? ¡Por favor, responda!
-Hola –una voz masculina, de un chico joven, me había respondido. Me acerqué hacia el sonido de su voz, y cuándo le vi, tuve que luchar para que mi corazón no se me saliera por la boca. Era un joven de aspecto fiero. Llevaba unos sencillos pantalones y el musculoso torso al descubierto, con extrañas pinturas decorándolo. Su pelo, negro azabache, ondeaba al viento, y sus ojos, negros también, se clavaban en los míos.
-¿Qui... quién eres?
-Soy Tinken. Vengo a buscarte desde un lugar distinto. He llegado directamente, sin viajar, pero no es necesario que tú sepas el por qué. Lo único que tienes que hacer es obedecer, traigo la cura de vuestro problema.
Me sorprendió el pronunciado tono de antipatía y sequedad que mostró hacia mí y me quedé bastante cortada.
-¿Qué quieres exactamente de mí? –respondí.
-Que vengas conmigo, y que lo que van a ver tus ojos no se lo reveles a nadie. Pase lo que pase, nadie debe conocer nada de tu historia. Ni siquiera deben saber nada de mi existencia.
-No lo entiendo.
-Ese es tu problema, no el mío. Agarra mi mano.
-¿Qué te coja la mano? ¿Pero tú de qué vas? Primero me tratas fatal y después me quieres coger de la mano, y quieres que te obedezca para hacer desaparecer la niebla. ¿Cómo sé yo que es verdad?
-Mira, vengo de un lugar lejano en el que las cosas son muy diferentes. Y tienes que agarrarte a mi mano para que podamos regresar.
-¿Cómo, volando?
Tinken gruñó exasperado y me agarró con fuerza la mano. Después cerró los ojos y dejó que el Tiempo actuara y nos guiara por la barrera en la que el tiempo se detiene, hasta el valle.
El mundo había cambiado. Abrí los ojos con sorpresa cuando vi ante mí una frondosa selva situada en un valle entre escarpadas montañas. No había niebla.
-¿Dónde estamos, si se puede saber? –pregunté con fastidio. Últimamente las cosas estaban empezando a ser muy raras.
No me contestó. Sin mudar el gesto comenzó a bajar de la montaña en la que habíamos aparecido.
-Cuidado, hay dragones por aquí. Si te acercas demasiado a sus cuevas, podrían atacarte.
-¿Qué? ¿Qué has dicho? Ya está, esto es un sueño o me he vuelto loca. Nada tiene sentido.
-Baja y calla.
Bajé y callé. Al fin y al cabo, de los sueños se despierta. Aquello no podía durar mucho más.
Llegamos abajo, y le seguí mansamente entre los árboles.
-¿De verdad que nunca habías visto un dragón? –inquirió de repente burlón.
-Sí, pero en dibujos, y en películas. Los dragones no existen.
-¿Y los unicornios?
-Qué tontería. Tampoco.
-Eres irritante niña, pero me diviertes. Um... ahora vas a ver algo... que no se toca. ¿De acuerdo?
-Bien.
Seguimos caminando un poco hasta llegar a un claro, donde él me detuvo con la mano, aún entre los árboles. Unos cuantos caballos inmaculadamente blancos descansaban en él. Observé a uno detenidamente. Su piel brillaba ligeramente al sol, y al girar la cabeza, sus crines rubias ondeaban al viento. Era una criatura preciosa. Mis ojos nunca habían visto nada así. Y su cuerno... no podía separar la mirada de su cuer...
-¡Arg! ¿Qué es eso? No puede ser...
-Eso es un unicornio. Y habla más bajo. No son fáciles de ver desde una perspectiva tan buena, y si se dan cuenta de nuestra presencia, se irán.
-Oye... ¿Cómo puedo despertarme? Me parece que no tengo ganas de seguir soñando, o por lo menos no de una manera tan real.
Tinken me pegó en la frente con la palma de la mano, y yo, desequilibrada, hice unos... ¿graciosos? malabarismos con el cuerpo, y caí pesadamente al suelo.
-¡Auch! –me quejé palpando mi frente y mi cuerpo dolorido-. ¿Por qué me has pegado?
-Mi gente y yo lo hacemos cuando queremos asegurarnos de estar despiertos. Si te duele estás despierta. Si no, estás dormida.
-Hombre, muy gracioso. Pero donde vivo yo, y en el resto del mundo, nos pellizcamos suavemente para lo mismo. Y yo precisamente lo prefiero. –Le taladré con la mirada y me froté de nuevo la frente. Me levanté y observé de nuevo a aquellas criaturas sobre las que se habían escrito tantísimas leyendas.
-Tinken... ¿dónde estamos? ¿Qué más criaturas hay por aquí?
-Muchas. Hay gran cantidad de especies: los unicornios son los más hermosos, los dragones los más poderosos, los chinquimpunks los más tiernos, los trolls los más malvados, las hadas las más traviesas... los pingarines los más nada... prácticamente todas las especies destacan por alguna capacidad, pero los pingarines no. Son unas criaturas bajitas y redondeadas, bastante feas, pero no más que los trolls, y bastante fuertes, pero ni de lejos tanto como los dragones. Viven bajo tierra, y rara vez son vistos. Odian al resto de las criaturas.
-Mira Tinken, te parecerá exasperante, pero me cuesta creerte.
-¿Y esos unicornios los he pintado yo sobre la hierba? Eres increíble.
Gruñí, intentando creer lo que veía, pero suponiendo en el fondo que me había vuelto loca, y disfruté de la absoluta belleza de aquellos animales tan puros.
-¿Se puede montar en unicornio? –pregunté esperanzada. Pero la risotada que soltó él me robó la sonrisa de la cara. El chico cayó al suelo riendo, y finalmente, secándose las lágrimas y soltando alguna risilla de vez en cuando, me dijo:
-El unicornio es el ser más orgulloso del mundo con diferencia. Apenas se tocan entre ellos y odian el contacto con cualquier animal. A parte de eso, tu cuerpo sufriría una potente descarga con sólo rozarlo. Es la... para que tú lo entiendas, vamos a decir que es magia. Un unicornio está compuesto de agua, carne, piel, pelo, músculos, huesos... pero su componente más importante es la magia. Desprenden magia. Si te sentaras encima de él, la descarga sería tal, que tu cuerpo reventaría. Los humanos no podemos absorber esa energía.
-¿Como la madera con la electricidad? ¿Que no la absorbe?
-¿Electricidad? No sé lo qué es eso, pero supongo que sí. En fin, tenemos algo que hacer, el mundo está en peligro, y nos ha tocado salvarlo. Vamos.
Había cambiado. Estaba de mejor humor, y su rostro, antes pétreo, ahora sonreía. Pese a que en mi cuerpo se albergaba la incredulidad, mantenida por la racionalidad, me empezó a gustar aquello. Todo era hermoso y salvaje. Pero tenía dudas y miedo. Debía enfrentarme a mi destino.

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