martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo V - La Llegada.


Capítulo 5: La Llegada.

P
asamos por un estanque, en el que nadaban unas criaturas de ojos saltones, y de un color azul oscuro, bastante vistoso. Vi mi reflejo. Tenía unos once años, lo cual no me hizo gracia en absoluto.
-Tinken...
-¿Sí?
-Yo tengo catorce años. Pero en estos momentos parece que tengo once. ¿Cómo puedo arreglarlo?
-Em... Oye, Tiempo ¿estás ahí?
Creía que era una broma y me iba a echar a reír, pero entonces me di cuenta de su seriedad, y comprendí que de alguna manera, lo de llamar al tiempo iba en serio.
-Hola Victoria.
-¿Hola, Tinken? ¿Por qué me dices hola?
-Soy Tiempo, estoy en el cuerpo del chico. Veo que has sufrido los efectos de mi problema. Has rejuvenecido. Estoy enfermo. Poco a poco mi poder para mantener el orden del tiempo se va agotando. Y hay pocas maneras de solucionarlo. Nunca me había pasado de una forma tan fuerte y peligrosa. No tengo fuerza para controlar el mundo, excepto aquí, donde hay mucha energía, de esa que es comparada con la magia. Tan sólo en el valle mantengo mi poder, y por lo tanto, tan sólo en él el tiempo transcurre con normalidad. Pero si desaparezco, todo el mundo sufrirá ese mal que tú has visto, y antes o después, todos desaparecerán sin remedio.
-¿Y cómo podemos curarte?
-Si lo supiera, probablemente no estaríais aquí.
-Pero... ¿qué vamos a hacer? ¿Por dónde empezamos?
-Estoy en el cuerpo de Tinken para ayudaros cuando pueda, pero eso es algo en lo que no puedo contribuir. Lo siento. Por ahora te devolveré tu verdadera apariencia, de catorce años. Ahora me callaré y me retiraré al interior de la conciencia del joven. Si me necesitáis, llamadme.
Me quedé sorprendida, mientras una sensación creciente de angustia por aquella responsabilidad, invadía mi estómago. Había vuelto mi físico original, pero el problema seguía allí.
-Tinken... –murmuré.
-¿Qué?
-Eres tú, ¿no?
-Sí.
-¿Qué vamos a hacer?
-Seguir el curso del... tiempo –sonrió, como si aquella broma fácil hubiera sido la más ocurrente del mundo. Pero yo no sonreí. No tenía ninguna gana de hacerlo.
Él también estaba perdido. No sabía cuando, cómo, ni por dónde empezar. Me llevó a su poblado. Era extraño. Las casas, construidas de madera y piedras, no parecían las de unos indígenas. Yo pensaba que serían chozas, como las de los indios. Pero se acercaban más a cabañas. Las ventanas, eran agujeros en las paredes, sin ningún tipo de material que las cubriera. El techo, formado por ramas y hojas, tenía forma plana. ¿Allí no llovía? ¿Ni hacía frío? Me di cuenta de que las cosas extrañas empezaban a asombrarme menos que antes. Quizás me estaba acostumbrando.
Sin embargo, había una cosa a la que no me había acostumbrado. Lo habría preferido. Llegamos a su casa. Él entró sonriente y abrazó a una muchacha de cabello largo, rubio y ondulado. Sus ojos miel le observaban de una manera... que me produjo un horrible presentimiento. Era menuda, de nariz recta y sonrisa perfecta, con la piel que caracterizaba a todos los de allí; un poco morena.
-Tinken, te he echado de menos –dijo mientras estrujaba su perfecta cara contra el tórax desnudo de él.
-Y yo a ti Ainka, y yo a ti –respondió mientras acariciaba su perfecto cabello. Desenredado, brillante, sedoso... Miré de reojo uno de mis encrespados rizos, y gruñí. ¿Es que allí, en medio de la nada, tenían champús y suavizantes?
-Am... Victoria, esta es Ainka, mi... Almar... ¿Cómo lo llamarías vosotros? Um... Novia. Sí, es el mejor equivalente.
-Encantada –sonreí sin separar los dientes, pero repitiendo mi ensayada sonrisa falsa. En aquel instante, en el que los celos me invadieron, comprendí que me había vuelto a enamorar. Pero por lo visto, cada vez que me enamoro, me llevo un hachazo de los grandes. Y recordé. Recordé a aquel chico que me había roto el corazón una y otra vez. Recordé su rostro mirando a mi amiga. Recordé su mirada. Y gemí. Se repetía. Todo aquel tormento que parecía acabado, había regresado con fuerza.
-¿Te ocurre algo? –preguntó él, preocupado.
-No... es que... creo que me he clavado algo en el pie. Voy afuera... a quitármelo... –Retrocedí sonriendo y trastabillando y salí de allí. Me acerqué a un árbol cercano y me acurruqué en sus raíces, sollozando sin poder evitarlo. Sí que se me había clavado algo. Pero no en el pie, sino en el corazón.
Volví a la cabaña al rato. Allí estaban ellos dos, hablando y riendo.
-¿Te has quitado lo que tenías en el pie? –me preguntó interesada ella.
-¿En el pie? Ah sí, jeje... sí, tenía una espina, pero ya está –no me acordaba de mi escusa.
-Ah, vale, antes no hemos tenido tiempo de hablar. Ven, siéntate con nosotros –propuso la joven. Cuando me coloqué junto a ellos, ella me abrazó, sonriente-. Me alegro de conocerte... Victoria. Tienes un nombre muy raro, ¿sabes?
-Claro, ahora soy yo la rara y la que tiene un nombre raro... –mascullé.
-¿Disculpa? –no me había entendido.
-Digo, que mi nombre es muy raro, sí –aquella situación era extremadamente incómoda.
-A Victoria se le pasó por la cabeza la idea de montar en unicornio –relató Tinken, riendo, sin dejar de mirar a Ainka.
-¿De veras? –preguntó ella. Después empezó a reírse de una manera tan cristalina y musical, que hasta yo me quedé mirándola embobada. ¿Un ser humano era capaz de emitir unos sonidos tan perfectos?- Bueno, supongo que al ser un animal tan bello, es natural que quiera montarlo. -rió un poco más, y después suspiró-. Estoy muy preocupada por ti y por Tinken, la misión que tenéis entre manos es tan importante... Ojalá lo consigáis... pobrecillos. Es una carga tan grande...
-Oye, me estoy dando cuenta de que llevo unos cuantos días sin dormir... creo que necesito descansar –dije, intentando escabullirme. Aunque era cierto que estaba agotada.
-¡Oh! Tinken tiene que ir a hablar con los sabios... y se supone que tú también, pero creo que lo mejor será que te quedes descansando. Lo necesitas... pareces agotada. Yo te cuidaré. –Sonrió. Oh vaya... no me iba a librar de ella ni en sueños. Y nunca mejor dicho. Sonreí y asentí.
-Muy bien, se lo explicaré a los sabios –dijo él, sin mirarme ni una vez.
“Aparta la vista, que se te van a secar los ojos... –pensé indignada.”
Ainka me arrullaba como si yo fuera una niña pequeña. Ya metida en el lecho, fabricado con unas plantas elásticas que sólo crecían allí, ella me acariciaba el pelo. No me lo había lavado desde que había salido de casa. Debía estar sucísimo.
-Cerca de aquí hay un estanque, en el que el agua limpia tu cuerpo... Si quieres podrías ir a bañarte.
-Supongo que sí, hace mucho que no me baño ni me ducho... –dije apurada.
-Vale, pero ahora duerme.
Y empezó a cantar. Cerré los ojos y dentro de mi cabeza comenzaron a formarse imágenes:
Eran los unicornios, que corrían por el bosque, hermosos, como siempre. Otras criaturillas se asomaban para mirarles, y después seguían con sus trabajos. Tinken reía, y corría sin rumbo, feliz. Pero entonces todo se nublaba. Vi otra vez a los unicornios, pero ahora envejecían, y perdían su belleza y su brillo. Les vi morir, les vi relinchar de pánico... Y el resto del bosque comenzó a envejecer también. Todos morían. Tinken, ya anciano y tirado en el suelo, se arrastró hacia mí, y me miró a los ojos para después decir:
-¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho? Es por tu culpa... –y después, el brillo de sus ojos vidriosos se apagó.
Me desperté gritando, y al darme cuenta de que Ainka se acercaba a mí presurosa y me abrazaba, comencé a tranquilizarme. Había sido una pesadilla. Aunque parecía algo más. A mi mente llegaron estas interpretaciones:
-Podía ser un aviso de que se acababa el tiempo.
-Una simple visión de lo qué ocurriría si no lograba solucionarlo.
-Una posible pista. Aunque yo allí no encontraba nada que me indicara qué hacer.
Jadeante, por el pánico que había sufrido, abracé a Ainka, que susurraba:
-Tranquila, ya has despertado, tranquila...
-Creo que me vendrá bien ese baño –propuse, intentando encontrar la manera de olvidar lo vivido.
-De acuerdo. Vamos.
La chica me guió, hasta llegar a un precioso estanque que parecía salido de los cuentos de hadas. Unas flores de vistosos colores y maravillosos aromas, flotaban por su superficie. Las ramas de los árboles, rozaban el agua suavemente, y de vez en cuando, depositaban sus verdes hojas en ella.
Comencé a sentir que mi alma se liberaba de un peso y me quité la ropa para sumergirme en el estanque cristalino. La sensación fue maravillosa. Ainka me acompañó. La paz que inundaba nuestras almas era, sin duda, un sentimiento tan hermoso como los unicornios.
Al rato volvimos a la aldea. Mi pelo, ahora perfectamente peinado y aromatizado, decoraba mi espalda. Y yo me sentía más limpia que nunca. Feliz, y olvidando mis problemas, me dirigí hacia la casa de Tinken. Allí estaba él.
-Veo que os habéis bañado en el estanque. Me alegro. Es algo que te sentará bien, Victoria –parecía desanimado, hundido...
Y todo volvió al verle. Mi sueño, el desamor, y sobre todo, la carga que teníamos sobre los hombros.
Me llevó a hablar con los sabios, que me estaban esperando.
-Hola Victoria –dijo uno de ellos. Tendría treinta años, pero todos los demás, más viejos o más jóvenes, estaban situados a su alrededor y le miraban con respeto. Comprendí que el líder de los sabios, no se medía por su edad, sino por su inteligencia-. Somos los sabios. Creemos que hay ciertas cosas que te podrían ayudar a encontrar la cura del Tiempo. Antiguamente, en varias ocasiones, el Tiempo ha estado enfermo. Pero ahora, es mucho más grave. En las demás ocasiones, la niebla simplemente cubría algunas zonas de la tierra, prácticamente deshabitadas, y sus efectos no eran tan devastadores. En las anteriores ocasiones, la cura, oficiada por la persona que acudiera a la llamada de la esfera del tiempo, aunque fuera involuntariamente, era donar tiempo. O dicho de otra manera, darle al Tiempo una cantidad determinada de años de su vida, acortándola. No solían ser muchos, cinco, a lo sumo. Pero en esta ocasión no sabemos qué es lo necesario. No sabemos por qué son necesarias dos personas, ni siquiera el Tiempo lo sabe.
Me quedé pensando. Aquello quería decir que hacía falta mucho tiempo. No sonaba muy bien. Levanté la cabeza y me encontré con los ojos negros rasgados del sabio. Estaba serio. Asintió, y se quedó allí quieto. No se oía ni una mosca. Miré a Tinken, busqué su mirada. Pero él no me la devolvió. Miraba el suelo, mientras Ainka le observaba aterrada. La chica negó con la cabeza y salió de la tienda. Estaba pálida. Su brillante piel morena mostraba el tono de la arena.
La chica se dejó caer de rodillas una vez fuera, y sucumbió al llanto. Ahora yo me arrodillé junto a ella y la abracé.
Ainka abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz. Así que simplemente me abrazó con fuerza. Con toda la fuerza que tenía.
Dentro de mi mente, se formaban ideas. Eran posibilidades. Pero para mi sorpresa, no estaba pensando en cómo arreglar mi problema, sino en cómo arreglar el de Ainka y el de Tinken. Pero no sabía cuántos años hacían falta. Y entonces salió Tinken y me apartó suavemente de Ainka, para cogerla entre sus brazos y besarla tiernamente. Mi alma rugió, pero no de envidia; de dolor.

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